"El trauma de la esclavitud no puede ser olvidado": MinCultura
El jefe de cartera hizo referencia a la historia del país en su 'Carta desde San Basilio de Palenque'.
El ministro de Cultura, Juan David Correa Ulloa, recalcó en una 'Carta desde San Basilio de Palenque' que el país debe "entender que quizás la paz no va a comenzar a hacerse si no reconocemos los desequilibrios profundos que tiene el país".
Esta es el texto publicado por Correa para abogar por los "traumas" que ha dejado la esclavitud.
“A muchos esclavos se los «bautizaba» de manera incidental. A Benkos le pusieron, encima de su nombre, Domingo. Venía de las islas Bijagós, hoy parte de Guinea-Bisáu. Lo trajeron en uno de los miles de barcos de bandera portuguesa que cruzaban el océano Atlántico creando una de las empresas más oprobiosas de las que tenga noticia la humanidad. Millones de seres humanos fueron apresados, torturados y comercializados como trabajadores forzosos en las colonias europeas de ultramar en América y Asia. Como lo asegura Alfonso Múnera, el historiador cartagenero autor de libros fundamentales para entender nuestra historia como El fracaso de la nación u Olvidos y ficciones, «la esclavitud es un trauma fundacional». Ese trauma, por supuesto, no puede ser olvidado y debe ser reconocido una y otra vez como una conversación pendiente que hay que asumir desde la reparación histórica, pues «sigue pesando de manera aplastante sobre miles y miles de seres humanos, a quienes redujo a una condición de inferioridad, les negó posibilidades y los puso en circunstancias de enorme desventaja. Hay que partir de ese reconocimiento porque ese trauma está detrás de la marginalidad, la exclusión y la miseria de la gran mayoría de los afrocolombianos».
Era el último año del siglo xvi y Benkos Biohó se emancipó, según el relato del cronista fray Pedro Simón. Al encabezar una fuga con un grupo de cimarrones huyó hacia el hoy sur de Bolívar. Aunque fue perseguido por la guardia española, el grupo que lideraba los derrotó y creó una aldea que hoy corresponde a San Basilio de Palenque, el primer territorio realmente libre de América, y hoy, el municipio más reciente de Colombia.
La historia de Benkos Biohó sirve para plantear varios asuntos culturales en los que ha insistido el Ministerio de las Culturas para entender que quizás la paz no va a comenzar a hacerse si no reconocemos esos desequilibrios tan profundos que tiene este país. Uno de ellos, por supuesto, tiene que ver con el racismo estructural de una nación que aún hoy, ante la evidencia de la racialización y el histórico abandono de enormes regiones del país como el Chocó, el litoral Pacífico y el sur del Caribe, debería hacernos considerar, como sociedad, por qué no hemos podido hablar con mayor claridad del esclavismo histórico en la educación pública. Por qué no hemos asumido contar que durante dos siglos se transportó a la fuerza a millones de hombres y mujeres que fueron separados y cuyos territorios hoy corresponden a los más excluidos del país. Sorprende que cuando aparece esta discusión, como apareció cuando el pasado 21 de agosto el presidente Petro fue, junto a la Unidad de Reparación de las Víctimas, en compañía de algunos ministros como el de Salud, se podían leer en redes comentarios sobre «¿hasta cuándo va a durar el lamento y la victimización?». El problema de Colombia hoy es que si se quiere de verdad una reconciliación profunda, quienes hemos vivido en lugares de privilegio en la sociedad tenemos que preguntarnos en serio cuánto estamos dispuestos a ceder. Interesarnos por conocer y reconocer esa diversidad cultural y sus autoridades. Entender que el patrimonio —Palenque lo es— es más que un reconocimiento y un listado de lugares del mundo, y debe interpelarnos seriamente como sociedad.
Por eso, desde hace décadas, organizaciones culturales como el Festival de Tambores, agrupaciones como Kombilesa Mi, o colectivos culturales como Madre Monte, han conseguido, aun en medio de las cruentas violencias del sur de Bolívar donde se masacró y desplazó a miles de campesinos, una verdadera resistencia cultural que debemos proteger y reconocer. Son los esfuerzos de personas como Afroneto, Ernestina, Jaime Arocha, Nina S. de Friedemann, de cineastas como Lucas Silva, fotógrafos como Richard Cross, de gestores de paz como Guillermo Camacho, entre muchos otros, quienes han mantenido la fuerza y el diálogo con un territorio que, al ser reconocido como municipio, gracias a liderazgos como el de la representante a la Cámara Dorina Hernández, «Cha Dorina», han aspirado a ser parte de esa nación.
«Lo que pasa es que en Colombia se construyó exitosamente una ideología, unos imaginarios que pretendían convencernos de que el proyecto del mestizaje había creado la base sólida de la nación. Detrás de eso se ocultaban las prácticas discriminatorias y profundamente racistas contra negros e indígenas. Así se creó una especie de sentido común, según el cual no había existido racismo en Colombia, o tuvimos un racismo más benévolo, como si hubiera racismos más benévolos que otros. Por eso, cuando se plantea el tema del racismo, y cuando se proponen acciones afirmativas y reparativas de esa experiencia perversa de la esclavitud, surge la crítica de que lo que estamos haciendo es imitar la experiencia de países como EE. UU.», dice Múnera. Su voz, como la de muchos afrocolombianos, debe ser escuchada hoy con verdadera atención para, ahí sí, decir que nos interesa la paz como propósito nacional. Como conversación pendiente. Como camino que nos costará ceder ideas de un pasado que aún no hemos interiorizado”.